El magnesio y los (mis dolores)…parte II

En la primera parte (que podéis leer aquí), os hablaba de qué es el magnesio, dónde se encuentra, para qué es efectivo y cuáles son los requerimientos diarios de consumo según edad.

Ahora voy a centrarme en qué personas deberían tomar magnesio, cómo deberían tomarlo y, además, os contaré mi propia experiencia.

En primer lugar, vamos a diferenciar entre hipomagnesemia y deficiencia sistémica  de magnesio:

Hipomagnesemia: Nivel bajo de magnesio en sangre. Los niveles de referencia para el magnesio en humanos se encuentran entre 1,5 y 2,5 mg/dL. Y, por lo general, se considera hipomagnesemia un nivel de magnesio en sangre menor a 0,7 mmol/L.

Pero yo voy a referirme a la deficiencia sistémica de magnesio, es decir, a la falta de este mineral a nivel de órganos y tejidos, y que no tiene por qué verse reflejado en unos análisis.  Debido a que la mayor parte del magnesio es intracelular, y sólo el 1% del mismo se encuentra en la sangre, se puede presentar deficiencia sistémica con una concentración normal en plasma (en los análisis, vaya)

Así que puede presentarse hipomagnesemia sin deficiencia de magnesio y viceversa, aunque la hipomagnesemia es, con frecuencia, indicativa de un déficit sistémico de magnesio.

Debido a lo anterior, es muy importante estar atentos a los síntomas de dicho déficit, sobre todo en aquellas personas subsidiarias de padecerlo, puesto que esta será la única forma de detectarla: ESCUCHAR Y EXPLORAR AL PACIENTE, y lo pongo así en mayúsculas, porque esta es la forma más fácil y efectiva de diagnosticar, y a la que, últimamente y gracias a los avances tecnológicos que pretenden sustituir a la historia clínica, menos importancia se le da. Lo repito: ESCUCHAR Y EXPLORAR AL PACIENTE.

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Fuente: blog.novadiet.es

¿Y quiénes son subsidiarios de padecerla?

Pues evidentemente, todos aquellos que no consuman las cantidades recomendadas.

Pero hay otras muchas enfermedades y circunstancias que predisponen a la deficiencia sistémica de magnesio y a la hipomagnesemia:

  • Trastornos gastrointestinales y síndromes de malabsorción (enfermedad celiaca, enfermedad de Crohn, colitis ulcerosa, enfermedad de Whipple, enteritis por radiación…) tanto por falta de absorción de nutrientes, como de secreción de los mismos por parte del intestino o por pérdidas gastrointestinales, podrá aparecer hipomagnesemia o déficit de magnesio. También puede existir este déficit en caso de vómitos persistentes o diarrea crónica por otras causas.
  • Consumo de medicamentos como los diuréticos, algunos antibióticos, inhibidores de la bomba de protones (como el omeprazol), digoxina, algunos quimioterápicos e inmunosupresores.
  • Enfermedades endocrinas como: Insuficiencia suprarrenal, hiperaldosteronismo, hiperparatiroidismo, hipotiroidismo.
  • Diabetes Mellitus: puede aparecer en casi la mitad de pacientes, probablemente debido a pérdidas renales (en caso de poliuria, glucosuria, cetonuria…)
  • Pérdidas renales de magnesio (como las que ocurren en la insuficiencia renal crónica, el síndrome de Bartter, la necrosis tubular aguda en su fase diurética o en el trasplante de riñón)
  • Edad: la ingesta diaria de magnesio suele ser baja en adultos mayores, además, la absorción intestinal de magnesio tiende a disminuir mientras que la excreción urinaria aumenta con la edad.
  • Insuficiencia de selenio,  vitamina D y/o vitamina B6.
  • Consumo elevado de zinc, calcio, oxalatos, fibra y proteínas.
  • Alcoholismo (debido a malnutrición y diarrea crónicas, al daño hepático y al déficit de tiamina, además de una tendencia a la cetoacidosis)
  • Cáncer.
  • Insuficiencia cardiaca.
  • Acidosis (por cualquier causa)
  • Preeclampsia y eclampsia.
  • Succión nasogástrica.
  • Alimentación parenteral prolongada.
  • Infarto agudo de miocardio: Casi el 80 % de pacientes presentan hipomagnesemia en las 48 horas posteriores al infarto.
  • Pancreatitis aguda.
  • Síndromes de Gitelman/Bartter.
  • Transfusiones masivas.
  • Postoperatorios en general y de paratiroidectomía en particular.
  • Requerimientos aumentados.

El listado es largo ¿verdad?, pues si padecéis alguna de las circunstancias anteriores, y además presentáis algunos de los siguientes síntomas, es muy probable que tengáis un déficit de magnesio.

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Fuente: naturmas.es

Dependiendo  de la gravedad del déficit y de cuánto tiempo llevemos padeciéndolo, puede aparecer:

  • Inicialmente: anorexia (pérdida de apetito), náuseas, apatía, confusión, fatiga, insomnio, irritabilidad, calambres, espasmos, temblores, fasciculaciones musculares (contracciones musculares pequeñas e involuntarias que no conllevan movimiento de una extremidad), debilidad muscular, hormigueo, trastornos de memoria y/o aprendizaje, tinnitus y acúfenos, falta de concentración, disminución de reflejos, estreñimiento…
  • Si el déficit es moderado, podrían aparecer: alteraciones cardiovasculares, arritmias, taquicardia.
  • Y si el déficit es grave: contracción muscular continua, entumecimiento, delirio, alucinaciones, parestesias.

¿Puede tomar magnesio todo el mundo sin control?

Obviamente NO.

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Fuente: transformer.blogs.quo.es

Es muy poco probable que, tomado por vía oral, y con un adecuado funcionamiento de los riñones, se produzca una sobredosificación, ya que el exceso de  magnesio que no se absorbe por vía intestinal se elimina con las heces y la orina.

Sin embargo, se ha establecido un nivel máximo tolerable para los suplementos de magnesio de 350 mg diarios en adultos y niños mayores de 9 años, por encima de los cuales pueden aparecer efectos indeseables, especialmente en personas con problemas renales (incapaces de eliminar por orina el exceso de magnesio), en los que la toma de estos suplementos debe ser estrechamente vigilada.

Estos efectos adversos incluyen: diarrea, hipotensión, letargo, confusión, trastornos del ritmo cardiaco, deterioro de la función renal, debilidad muscular, dificultad para respirar y, en caso de hipermagnesemia grave, fallo cardiaco.

Además, el magnesio interfiere con la absorción de algunos medicamentos como digoxina, nitrofurantoína, quinolonas, tetraciclinas, algunos antipalúdicos, bifosfonatos, clorpromacina, penicilamina y anticoagulantes orales, por lo que si los estáis tomando, debéis consultar con vuestro médico antes de iniciar el suplemento;  probablemente bastará con separar la toma del medicamento de la del magnesio…pero siempre es mejor consultar.

Así que… ¿en qué casos está indicada la suplementación con magnesio?

Pues en resumen, en todas aquellas personas que padezcan o presenten alguna enfermedad o circunstancia que pueda provocar una deficiencia sistémica de magnesio o una hipomagnesemia y que presenten algún síntoma compatible con la misma.

Si, además, sus niveles de magnesio en sangre son bajos…blanco y en botella.

Y ahora…voy con mi experiencia:

No voy a contaros mi historial médico (secreto profesional), pero hace años que padezco una de esas múltiples circunstancias que predisponen al déficit de magnesio.

Desde que alcanza mi memoria, he tenido contracturas musculares, dolor de espalda, dolores musculares y de articulaciones, “chasquidos y crujidos” articulares, hormigueos, calambres…después, y con el inexorable paso de los años (uff), comencé además a notar fatiga, cansancio exagerado, pérdida de fuerza, falta de concentración…todo ello agravado por la llegada a mi vida de mis tres soles, que no se caracterizan precisamente por ser niños tranquilos o dormilones.

Todos estos síntomas los achacaba a mi “circunstancia”, pero, a pesar de tratarla, no notaba una gran mejoría.

Y un día, y después de años prescribiendo magnesio a mis pacientes, se me encendió una lucecita…y empecé a tomarlo (sin mucha fe, lo confieso)…y ¡Oh! ¡Sorpresa!…los síntomas fueron mejorando llamativamente hasta que, al mes y medio de tratamiento aproximadamente, desaparecieron en su mayoría, no del todo, cosa que no esperaba  después de años y años de padecerlos y teniendo en cuenta que mis hijos son aún pequeños (el cansancio forma parte de la paternidad/maternidad)…pero estoy gratamente sorprendida y entusiasmada: ya no me duele la espalda (increíble), ni tengo contracturas musculares, me levanto por la mañana sin rigidez, y puedo ponerme en marcha sin tener que esperar a moverme poco a poco o a tomarme un café, los calambres, hormigueos y demás han desaparecido, los “crujidos” casi del todo…en resumen: GRACIAS MAGNESIO.

¿Y qué suplemento tomar? Uf…hay tantos en el mercado, que eso da para el siguiente post, ¡os espero!

Referencias:

¿Tiene el tiroides la culpa de todo? (I)

El tiroides es una glandulita con forma de mariposa y localizada en la parte anterior del cuello, justo por debajo de «la nuez de Adán» o cartílago tiroides.

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Tratando de simplificar algo tan complejo, digamos que en ella se producen las hormonas tiroideas, que son las encargadas de regular el metabolismo, el crecimiento y desarrollo y funciones tales como la producción de energía y calor.
Influyen también en la frecuencia cardíaca, el nivel de colesterol, el peso corporal, la fuerza muscular, la piel, la regularidad menstrual, la fertilidad, la memoria y muchas otras actividades importantes.

Cuando funciona bien, ni nos enteramos de que existe, todo fluye a la perfección y no reparamos en su importancia, es como respirar, no nos damos cuenta de que lo hacemos hasta que algo va mal con los pulmones o el corazón.

Pero…¿y si funciona mal? Pues entonces empieza la fiesta…y los signos y síntomas de alarma de los que hablaré en siguientes entradas.

¿Y cómo sabemos que funciona mal?

Todas las glándulas productoras de hormonas, están dirigidas por la hipófisis, la glándula madre, la directora de orquesta, encargada de producir otras hormonas que regulan y rigen el funcionamiento perfectamente armónico del sistema endocrino. Se encuentra localizada en la base del cráneo, bien protegida por una especie de cofre óseo llamado silla turca.

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¿Y porqué os cuento esto de la hipófisis? Pues para presentaros a la «hormona estimulante del tiroides», más conocida como TSH (del inglés Thyroid Stimulating Hormone ).

Su mecanismo de acción es el siguiente: cuando el nivel de hormonas tiroideas baja en sangre, la hipófisis lo detecta y aumenta la producción de TSH, la cual estimula al tiroides para que produzca y libere más hormonas; por el contrario, cuando el nivel de hormonas tiroideas es alto, la hipófisis frena la producción de TSH en sangre y, de esta forma, el tiroides ralentiza su actividad, consiguiendo mantener los niveles adecuados en función de las necesidades, así de simple, exacto y eficaz.

Pero cuando este mecanismo, por el motivo que sea falla…empieza el baile de hormonas, y la persona que hasta ese momento ni siquiera era consciente de la existencia de su tiroides, comienza a experimentar síntomas y signos de lo más diverso, y se convierte en paciente.

Existe un amplio abanico de disfunciones y enfermedades tiroideas, y lo más apasionante de todo (para el endocrino, claro, no para el paciente), es que una misma patología, puede manifestarse de diferentes formas en cada individuo, y que, con los mismos niveles hormonales, hay pacientes que ni se enteran de que algo va mal y otros que se sienten morir…así es el tiroides.

Pero, retomando el título del post: ¿tiene el tiroides la culpa de todo? pues a veces si, y a veces no…en las dos siguientes entradas os lo explico.

¿Por qué es necesario un blog cómo este?

Todos los días hay personas que van al médico, a cualquier médico…pongamos al endocrino.

Muchos pacientes acuden «motu proprio», bien porque sus síntomas coinciden con los de alguna enfermedad endocrina de la que se han informado, bien por consejo de otros especialistas, o para adelgazar…sobre todo para adelgazar.

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Sin embargo, la mayoría acuden derivados por su médico de atención primaria, y, según mi propia experiencia, gran parte de ellos ni siquiera saben porqué les han mandado allí.

Así que se encuentran en una sala de espera repleta de personas muy distintas; la población general piensa que el endocrino es ese especialista que te «enseña a comer» y, como por arte de magia, te hace adelgazar, sin embargo, la variedad de enfermedades endocrinas es enorme, y los motivos por los que su médico les ha derivado allí son casi infinitos (os lo digo yo, ya os iréis enterando).

Y entonces entran en la consulta, y se encuentran con un médico que les hace preguntas de lo más raro: que si se marea usted por las mañanas, que si le han crecido los pies, que si se queda dormido en cualquier parte…y que le mira fijamente (los ojos, las manos, el cuello…). Después le explora: le toca el cuello como si fuera a ahogarle, observa si le sudan las manos y hasta puede que le mida los dedos u otras partes de su cuerpo.

A estas alturas, y por mucho que el profesional trate de explicarle cuáles son sus sospechas y qué pruebas va a solicitar, usted está tan alucinado que puede que no recuerde cómo ha llegado hasta allí. Así que cuando sale de la consulta, se encuentra con uno o varios volantes en la mano llenos de peticiones de cosas raras y muchas dudas que no ha sabido cómo expresar…y entonces corre a buscar en Internet, donde cada cosa que lee acerca de las peticiones que le han hecho o de las preguntas realizadas por el endocrino, es más horrible que la anterior.

Y por eso he pensado que este blog puede ser útil, para tratar de explicar con palabras más sencillas lo que a veces es complicado de entender, para intentar solucionar dudas, y sobre todo, para acercar el maravilloso mundo de las hormonas a todo aquel que quiera.

Así que me gustaría y me resultaría muy útil que en vuestros comentarios me sugirierais temas a tratar, preguntas a responder…o lo que se os ocurra…me ayudáis?

Bienvenidos a bordo!